La división entre Oriente y Occidente fue, además de una estrategia política, un reconocimiento de la diferencia esencial entre ambas mitades del Imperio. Oriente, en sí mismo muy diverso, era la parte más urbanizada y con economía más dinámica y comercial, frente a un Occidente en vías de feudalización, ruralizado, con una vida urbana en decadencia, mano de obra esclava cada vez más escasa y la aristocracia cada vez más ajena a las estructuras del poder imperial y recluida en sus lujosas villas autosuficientes, cultivadas por colonos en régimen similar a la servidumbre.
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